domingo, 1 de marzo de 2009

El pacifismo como servidor del imperialismo

León Trotsky


El pacifismo como servidor del imperialismo

Jamás hubo tantos pacifistas en el mundo como ahora, cuando en todos los países los hombres se matan
entre ellos. Cada época histórica tiene no sólo su propia técnica y su propia forma política, sino también una hipocresía propia de sí misma. Alguna vez las personas se destruyeron entre ellas en nombre de la enseñanza Cristiana de amar a la humanidad. Ahora sólo gobiernos atrasados apelan a Cristo. Naciones progresivas se cortan las gargantas unas a otras en nombre del pacifismo. Wilson arrastra a los Estados Unidos a la guerra en nombre de la Liga de las Naciones, y la paz perpetua. Kerensky y Tseretelli llaman a la ofensiva en aras de una paz temprana.

A nuestra época le falta la sátira indignada de un Juvenal. De cualquier manera, hasta las más potencialmente satíricas armas están en peligro de ser mostradas impotentes e ilusas en comparación con la infamia triunfante y la estupidez servil; dos elementos desinhibidos por la guerra.

El pacifismo pertenece al mismo linaje histórico que la democracia. Los burgueses hicieron un gran intento histórico de ordenar todas las relaciones humanas de acuerdo con la razón, para suplantar las tradiciones ciegas y tontas por las instituciones del pensamiento crítico. Los gremios con su restricción de la producción, las instituciones políticas con sus privilegios, absolutismo monárquico - todos ellos fueron reliquias de la Edad Media. La democracia burguesa demandó igualdad legal para la libre competencia, y el parlamentarismo como la manera de gobernar los asuntos públicos. Buscó también regular las relaciones internacionales de la misma manera. Pero aquí se volvió en contra de la guerra, es decir en contra de un método de resolver todos los problemas, lo cual es una negación total de "la razón". Entonces empezó a aconsejar a la gente en poesía, en filosofía, en ética, y en los negocios, que es mucho más útil para ellos el introducir la paz perpetua. Estos son los argumentos lógicos para el pacifismo.

El fracaso heredado del pacifismo, sin embargo, fue el demonio fundamental que caracteriza a la democracia burguesa. Su crítica sólo toca la superficie del fenómeno social, no tiene el coraje para profundizarse en los hechos económicos subyacentes. El realismo capitalista, no obstante, maneja la idea de la paz perpetua basada en la armonía de la razón, quizás más despiadadamente que la idea de libertad, igualdad y fraternidad.

El capitalismo, que desarrolló una técnica sobre una base racional, falló en regular racionalmente las condiciones. Preparó armas para la exterminación mutua que no se le hubiesen ocurrido ni en sueños a los "bárbaros" de los tiempos medievales.

La rápida intensificación de las condiciones internacionales y el crecimiento incesante del militarismo, destrozaron el piso debajo de los pies del pacifismo. Pero, al mismo tiempo, estas mismas fuerzas le daban una nueva vida al pacifismo delante de nuestros propios ojos, tan distinta como la anterior como un atardecer sangrientamente rojizo lo es de un amanecer rosado.

Los diez años que precedieron a la guerra fueron el período de lo que se dio en llamar "la paz armada". Todo este tiempo no fue sino una guerra ininterrumpida, empeñada en tierras coloniales.

Esta guerra fue peleada en los territorios de gente débil y atrasada; llevó a la participación de África, Polinesia y Asia, y pavimentó el camino de la presente guerra. Pero, al no haber habido una guerra europea desde 1871 (aunque hubo un número sustancial de conflictos pequeños pero agudos), la opinión pública entre los pequeños burgueses fue sistemáticamente incentivada para considerar una armada incesantemente creciente como una garantía de paz, la cual gradualmente daría sus frutos en una nueva organización de ley internacional popular. En cuanto a los gobiernos capitalistas y las grandes empresas, no vieron naturalmente nada que objetarle a esta interpretación "pacifista" del militarismo. Mientras tanto los conflictos mundiales se preparaban y la catástrofe mundial estaba a un paso.

Teórica y políticamente, el pacifismo tiene la misma base que la doctrina de armonía social entre diferentes intereses de clase.

La oposición entre estados nacionales capitalistas tiene la misma base económica que la lucha de clases. Si estamos listos para asumir la posibilidad de una contracción gradual de la lucha de clases, entonces debemos asumir la contracción gradual y la regulación de los conflictos nacionalistas.

Los guardianes de la ideología democrática, con todas sus ilusiones y tradiciones, fueron los pequeños burgueses. Durante la segunda mitad del siglo XIX, se había transformado completamente hacia adentro, pero no había desparecido aún de la escena. En el mismo momento que el desarrollo de la técnica capitalista estaba permanentemente socavando el rol económico que la pequeña burguesía, la franquicia universal y el servicio militar obligatorio le estaban dando, gracias a su fuerza numérica, la apariencia de un factor político. Donde los pequeños capitalistas no habían sido extinguidos por las grandes compañías, habían sido subyugados completamente por le sistema de créditos. Sólo le restaba a los representantes de las grandes empresas el subyugar a los pequeños burgueses también en la arena política, tomando todas las teorías y prejuicios y otorgarles a ellos un valor ficticio. Esta es la explicación del fenómeno que habríamos de observar en los últimos diez años previos a la guerra, cuando el imperialismo reaccionario crecía a un nivel terrible, y mientras que al mismo tiempo el florecimiento ilusorio de la democracia burguesa, con todo su reformismo y pacifismo, tomaba lugar. Las grandes empresas subyugaron a los pequeños burgueses a sus fines imperialistas por medio de sus propios prejuicios.

Francia fue el ejemplo clásico de este doble proceso. Francia es un país de capital financiero, sostenido en la base de una pequeña burguesía numerosa y generalmente conservadora. Gracias a préstamos extranjeros a las colonias, y a la alianza con Rusia e Inglaterra, el estrato superior de la población fue arrastrado hacia todos los intereses y todos los conflictos del capitalismo mundial. Mientras tanto, el pequeño burgués francés se mantuvo provinciano hasta la médula. Él tiene un miedo instintivo a la geografía, y toda su vida le ha tenido un gran terror a la guerra, principalmente porque tiene un sólo hijo a quien le dejará su negocio y moblaje.

El pequeño burgués manda a un burgués radical a representarlo en el parlamento, ya que este caballero le promete que preservará la paz por él por medio de la Liga de las Naciones por un lado y de los cosacos rusos -quienes le cortarán la cabeza al Kaiser por él- por el otro. El diputado radical llega a París, directamente de su círculo de abogados provincianos, no solamente lleno del deseo de paz, pero también únicamente con una noción mínima de dónde se encuentra el Golfo Pérsico, y sin ninguna idea clara de por qué o para quién el Ferrocarril de Bagdad es necesario. Estos diputados "pacifistas radicales" eligen a un Ministro Radical, que inmediatamente se encuentra tapado hasta el cuello en los engranajes de todas las obligaciones diplomáticas y militares previas llevadas a cabo por todos los variados intereses financieros de la Bolsa Francesa en Rusia, África y Asia. El ministerio y el parlamento nunca cesaron de entonar su fraseología pacifista, pero al mismo tiempo ejecutaban una política exterior que finalmente llevó a Francia a la guerra.

El pacifismo inglés y el norteamericano, a pesar de toda la variedad de condiciones sociales y de ideología (a pesar, además, de la ausencia de cualquier ideología como en Estados Unidos) llevaron a cabo esencialmente el mismo trabajo: otorgaron una salida para el miedo de los ciudadanos pequeñoburgueses a eventos que sacudan el mundo, los cuales después de todo sólo pueden privarlos de los restos de su independencia; se calman al dormir su vigilia gracias a nociones inútiles de desarmamiento, ley internacional, y tribunales de mediación. Luego, en un momento dado, le entregan cuerpo y alma al imperialismo capitalista, el cual ya ha movilizado todos los medios necesarios para su fin, es decir, conocimiento técnico, arte, religión, pacifismo burgués y "socialismo patriótico".

"Estábamos en contra de la guerra, nuestros diputados, nuestros ministros, estábamos todos en contra de la guerra" claman los pequeñoburgueses franceses: "Por ende, resulta que la guerra fue forzada contra nuestra voluntad, y para cumplir nuestros ideales pacifistas debemos seguir la guerra hasta un final victorioso". Y el representante del pacifismo francés, el Barón d'Estournel de Constant, consagra su filosofía pacifista con un solemne "jusqu'au bout!" - "¡guerra hasta el final!"

Lo que más requería la Bolsa de Valores inglesa para la conducción exitosa de la guerra, eran pacifistas como el liberal Asquito, y el demagogo radical Lloyd George. "Si estos hombres están ejecutando la guerra", dijo el pueblo inglés, "entonces tenemos a la razón de nuestro lado."

Y así fue como el pacifismo tuvo su parte asignada en el mecanismo de la guerra, así como lo tuvo el gas venenoso y la pila incesantemente creciente de préstamos de guerra.

En los Estados Unidos el pacifismo de la pequeña burguesía se mostró a su misma en su rol verdadero, como servidor del imperialismo, de una manera aún menos disfrazada. Allí, como en todos lados, fueron los bancos y los trusts los que realmente manejaron la política. Aún antes de la guerra, y debido al desarrollo extraordinario de la industria y de las exportaciones, los Estados Unidos se fueron moviendo sostenidamente en dirección a los intereses mundiales y los del imperialismo.

Pero la guerra europea condujo a este desarrollo imperialista a un ritmo afiebrado. En el mismo momento en el que muchos devotos (hasta Kautsky) esperaban que los horrores de la carnicería en Europa llenaran a los burgueses americanos de horror del militarismo, la verdadera influencia de los eventos en Europa procedía a líneas no psicológicas, sino materialistas, y llevaba a resultados completamente opuestos. Las exportaciones de los Estados Unidos, que en 1913 habían totalizado 2.466 millones de dólares, se incrementaron en 1916 a la increíble altura de 5.481 billones de dólares. Naturalmente la mayor parte de este comercio exterior fue repartido a la industria de municiones. Luego llegó la repentina amenaza de una cesación de las exportaciones a los países de la Entente, cuando la irrestricta guerra submarina comenzó. En 1915 la Entente había importado bienes norteamericanos por hasta treinta y cinco billones, mientras que Alemania y Austria-Hungría habían importado meramente unos quince millones. Por ende, no sólo se observó una disminución de las enormes ganancias, sino que toda la industria norteamericana, la cual tenía su base en la industria bélica, ahora estaba amenazada por una crisis severa. Son estas cifras las que tenemos que mirar para obtener la clave de la división de las "simpatías" en Norteamérica. Y fue así que los capitalistas apelaron al Estado: "Fue usted el que comenzó este desarrollo de la industria bélica bajo la bandera del pacifismo, ahora está en usted encontrarnos un nuevo mercado". Si el Estado no estaba en posición de prometer la "libertad de mares" (en otras palabras, libertad para exprimirle capital a la sangre humana) entonces debía abrir un nuevo mercado para las industrias bélicas amenazadas -en la propia Norteamérica. Y así, los requerimientos de la masacre Europea produjeron una repentina y catastrófica militarización de los Estados Unidos.

Este negocio iba a levantar seguramente la oposición de las grandes masas del pueblo. Conquistar este descontento indefinido y transformarlo en cooperación patriótica era la tarea más importante de las políticas domésticas de los Estados Unidos. Y fue por una extraña ironía del destino que el pacifismo oficial de Wilson, así como el "pacifismo de oposición" de Bryan, brindó las armas más poderosas para llevar a cabo esta tarea, es decir, la domesticación de las masas a través de métodos belicistas.

Bryan se apuró a dar una fuerte expresividad al disgusto natural de los granjeros, y de todos los pequeños burgueses hacia el imperialismo, el militarismo y la suba de impuestos. Pero al mismo momento en el que mandaba cargamentos de peticiones y delegaciones a sus colegas pacifistas, quienes ocupaban los lugares más altos en el gobierno, Bryan también utilizaba cada esfuerzo para romper con el liderazgo revolucionario de su movimiento.

"Si se llega a la guerra", así Bryan telegrafió a un encuentro anti-guerra que tuvo lugar en Chicago en febrero, "entonces, por supuesto, apoyaremos al gobierno, pero hasta ese momento es nuestro deber más sagrado el hacer todo lo que esté en nuestro poder para salvar a la gente de los horrores de la guerra." En estas pocas palabras tenemos todo el programa del pacifismo pequeñoburgués. "Todo lo que esté en nuestro poder para evitar la guerra", significa proveer una salida para la oposición de las masas en la forma de manifiestos inofensivos, en los cuales el gobierno garantiza que si la guerra llega, la oposición pacifista no pondrá ningún obstáculo en su camino.

Eso mismo, de hecho, fue todo lo que requería el pacifismo oficial personificado por Wilson, quien ya le había dado montones de pruebas a los capitalistas que estaban haciendo la guerra, de su "prontitud para pelear". Y aún el mismo Mr. Bryan encontró suficiente el haber hecho su declaración, después de la cual se alegró de poner a un lado su ruidosa oposición a la guerra; simplemente por una razón - la de declararla.

Como Mr. Wilson, Mr. Bryan se movió rápido al otro lado del gobierno. Y no sólo los pequeñoburgueses, sino también las grandes masas, se dijeron a sí mismas: "Si nuestro gobierno, liderado por un pacifista con tanta reputación mundial como Wilson, puede declarar la guerra, y el mismo Bryan puede apoyar al gobierno en el tema de la guerra, entonces seguramente esta debe ser una guerra justa y necesaria". Esto explica por qué el piadoso estilo de pacifismo a lo Quake, entregado por los demagogos que lideraban el gobierno, fue tan altamente valuado por la Bolsa de Valores y los líderes de la industria bélica.

Nuestro propio pacifismo menchevique, social-revolucionario, a pesar de la diferencia en condiciones externas, jugó a su manera el mismo rol. La resolución sobre la guerra, la cual fue adoptada por la mayoría del Congreso de los Soviet, está formada no sólo en los prejuicios comunes acerca de la guerra, sino también en las características de una guerra imperialista. El congreso declaró que la "primer y más importante tarea de la democracia revolucionaria" era la pronta finalización de la guerra. Pero todas estas suposiciones sólo tenían un único fin: siempre que los esfuerzos internacionales de la democracia fracasen en terminar la guerra, la democracia revolucionaria rusa debe demandarle al Ejército Rojo con todas sus fuerzas que se preparen para pelear -a la defensiva o a la ofensiva.

Esta revisión de los antiguos tratados internacionales hacen que el Congreso Ruso dependa de entendimientos voluntarios con la diplomacia de la Entente, y no está en la naturaleza de estos diplomáticos el liquidar el carácter imperialista de la guerra, aún si pudieran. Los "esfuerzos internacionales de la democracia" dejan al congreso y sus líderes dependiendo de la voluntad de los patriotas social-demócratas, quienes están atados a sus gobiernos imperialistas. Y esta misma mayoría del congreso, habiéndose llevado a sí misma a un callejón sin salida primero que todo con este negocio de la "manera más rápida de terminar la guerra", ahora aterrizó en su lugar, donde las políticas prácticas son las que incumben, en una conclusión definitiva: la ofensiva. Un "pacifismo" que consolida a los pequeñoburgueses y nos lleva al apoyo de la ofensiva será natural y cálidamente bienvenido, no sólo por los rusos sino también por el imperialismo de la Entente.

Miliukov, por ejemplo, dice: "En el nombre de nuestra lealtad a los aliados y a nuestros antiguos tratados (imperialistas), la ofensiva debe ser inevitablemente llevada a cabo".

Kerensky y Tseretelli dicen: "A pesar de que nuestros viejos acuerdos aún no han sido revisados, la ofensiva es inevitable".

Los argumentos varían, pero la política es la misma. Y no podría ser de otra manera, ya que Kerensky y Tseretelli están intrínsecamente asociados en el gobierno con el partido de Miliukov.

El pacifismo patriótico, social-democrático de Dan, así como el pacifismo quakeriano de Bryan están, a la hora de los hechos, igualmente al servicio de los imperialistas.

Es por este motivo que la tarea más importante de la diplomacia rusa no consiste en persuadir a la diplomacia de la Entente de que revise o actualice esto o lo otro, o de abolir algo más, sino en convencerlos de que la Revolución rusa es absolutamente confiable, y puede ser confiable con toda seguridad.

El embajador ruso, Bachmatiev, en su discurso al Congreso de los Estados Unidos el 10 de junio, también caracterizó la actividad del gobierno provisional desde este punto de vista:

"Todos estos eventos", dijo, "nos muestran que el poder y la importancia del Gobierno Provisional crecen cada día, y mientras más crece más capaz será el gobierno de lanzar todos los elementos desintegrantes, vengan de la reacción o de la extrema izquierda. El Gobierno Provisional acaba de decir que tomará todos los instrumentos necesarios para tal fin, así tenga que recurrir a la fuerza, aunque no cesa de esforzarse por conseguir una solución pacífica a estos problemas."

Uno no necesita dudar por un solo momento que el "honor nacional" de nuestros patriotas social-demócratas se mantuvieron imperturbables mientras que el embajador de la "democracia revolucionaria" ansiosamente le probaba a la plutocracia norteamericana que el gobierno ruso estaba listo para derramar la sangre del proletariado ruso en el nombre de la ley y el orden -siendo el elemento más importante de la ley y el orden su apoyo leal al capitalismo de la Entente.

Y en el mismo momento en el que Herr Bachmatief estaba parado sombrero en mano, humildemente dirigiéndose a las hienas de la Bolsa de Valores norteamericana, los señores Tseretelli y Kerensky estaban arreglando la "democracia revolucionaria" provocándose, asegurándose que era imposible combatir la "anarquía de la izquierda" sin usar la fuerza, y amenazaban con desarmar a los trabajadores de Petrogrado y el regimiento que los apoyaba. Ahora vemos que estas amenazas fueron enviadas al debido momento: eran la mejor garantía posible para el préstamo estadounidense a Rusia.

"Ahora ven", Herr Bachmatiev le podría haber dicho a Mr. Wilson, "nuestro pacifismo revolucionario no difiere en nada del pacifismo de su Bolsa de Valores. Y si ellos pueden creerle a Mr. Bryan, por qué no habrían de creer a Herr Tseretelli?"





El derecho de las naciones a la autodeterminación

León Trotsky


El derecho de las naciones a la autodeterminación

Hemos comprobado que en las cuestiones concretas que atañen a la formación de nuevos Estados nacionales, la socialdemocracia no puede dar ningún paso sin contar con el principio de la autodeterminación nacional, que, en última instancia no es sino el reconocimiento del derecho que asiste a cada grupo nacional a decidir sobre la suerte de su Estado, y por lo tanto a separarse de otro Estado dado (como, por ejemplo, de Rusia o Austria). El único medio democrático para conocer la "voluntad" de una nación es el referéndum. Esta solución democrática obligatoria seguirá siendo empero, tal como se define, puramente formal. En realidad no nos aclara nada sobre las posibilidades reales, las formas y los medios de la autodeterminación nacional en las condiciones modernas de la economía capitalista. Y sin embargo en esto mismo reside el centro del problema.

Para muchas naciones, si no es para la mayoría de las naciones oprimidas, grupos y sectores nacionales, el sentido de la autodeterminación es la supresión de los límites existentes y el desmembramiento de los Estados actuales. En particular, este principio democrático conduce a la emancipación de las colonias. Sin embargo, toda la política del imperialismo, indiferente ante el principio nacional, tiene como objetivo la extensión de los límites del Estado, la incorporación forzada de los Estados débiles en sus límites aduaneros y la conquista de nuevas colonias. Por su misma naturaleza, el imperialismo es expansivo y agresivo, y esta es su cualidad característica y no las maniobras diplomáticas.

De aquí se deriva el conflicto permanente entre el principio de autodeterminación nacional que, en muchos casos, conduce a la descentralización económica y estatal (desmembramiento, separación) y las poderosas tendencias centralizadoras del imperialismo que tiene a su disposición el aparato de Estado y la potencia militar. Es cierto que un movimiento nacional separatista a menudo encuentra el apoyo de las intrigas imperialistas de un estado vecino. Sin embargo este apoyo no puede ser decisivo más que por el ejercicio de la fuerza militar. Y cuando las cosas llegan al extremo de un conflicto armado entre dos países imperialistas, los nuevos límites del Estado ya no se decidirán sobre la base del principio nacional sino sobre el de la relación de fuerzas militares. Y forzar a un Estado que ha vencido a declinar la anexión de los nuevos territorios conquistados es tan difícil como obligarlo a conceder la libre autodeterminación de las provincias conquistadas con anterioridad. Finalmente, incluso si por un milagro Europa fuera dividida en Estados nacionales fijos y pequeños por la fuerza de las armas, la cuestión nacional no estaría resuelta de ningún modo y, al día siguiente de esa "justa" redistribución nacional, volvería a comenzar la expansión capitalista. Comenzarían nuevos conflictos que provocarían nuevas guerras y conquistas, violando totalmente el principio nacional en todos los casos en que no puede defenderse con suficientes bayonetas. Daría la impresión de una partida de jugadores empedernidos que se ven obligados a repartirse la banca "justamente" en medio del juego a fin de volver a empezar la misma partida con renovado frenesí.

De la potencia de las tendencias centralizadoras del imperialismo de ninguna manera se deriva el que estemos obligados a someternos pasivamente a ellas. Una comunidad nacional es el corazón de la cultura, igual que la lengua nacional es su expresión viva, y este hecho mantendrá su significación a través de períodos históricos indefinidamente largos. La socialdemocracia desea y está obligada a salvaguardar la libertad de desarrollo (o disolución) de la comunidad nacional en interés de la cultura, material o espiritual. Y por eso ha asumido como una obligación política el principio democrático de la autodeterminación nacional de la burguesía revolucionaria.

El derecho a la autodeterminación nacional no puede ser excluido del programa proletario de paz: pero tampoco puede pretender atribuirse una importancia absoluta. Al contrario, para nosotros está limitado por las tendencias convergentes profundamente progresivas del desarrollo histórico. Si bien es cierto que este derecho debe oponerse -mediante la presión revolucionaria- al método imperialista de centralización que esclaviza a los pueblos débiles y atrasados y quiebra el núcleo de la cultura nacional, también lo es que el proletariado no debe permitir que el "principio nacional" se convierta en un obstáculo a la tendencia irresistible y profundamente progresiva de la vida económica moderna en dirección a una organización planificada en nuestro continente, y, más adelante, en todo el planeta. El imperialismo es la expresión que el bandidaje capitalista confiere a la tendencia de la economía moderna para acabar completamente con el idiotismo de la estrechez nacional, como sucedió en el pasado con los límites provinciales y locales. Luchando contra las formas imperialistas de centralización económica, el socialismo en absoluto toma partido contra esta tendencia particular sino que, por el contrario, hace de ella su propio principio rector.

Desde el punto de vista del desarrollo histórico y desde el punto de vista de las tareas de la socialdemocracia, la tendencia de la economía moderna es fundamental y es preciso garantizarle la posibilidad de ejercer su misión histórica verdaderamente liberadora: construir la economía mundial unificada, independiente de los límites nacionales, sus barreras estatales y aduaneras, sometida únicamente a las particularidades del territorio y los recursos naturales, al clima y a las necesidades de la división del trabajo. Polonia, Alsacia, Dalmacia, Bélgica, Serbia y otras pequeñas naciones europeas que aún no han sido anexadas podrán recuperarse o proclamarse por primera vez en la configuración nacional hacia la que gravitan y, sobre todo, podrán adquirir un status permanente y desarrollar libremente su existencia cultural solo en la medida en que, como grupos nacionales, dejen de ser unidades económicas, dejen de estar trabadas por los límites estatales y no se encuentren separadas u opuestas económicamente unas a otras. En otras palabras, para que los polacos, los rumanos, los serbios, etc., puedan formar unidades nacionales libremente, es preciso que sean destruidos los límites estatales que actualmente los dividen, que el marco del Estado se amplíe en una unidad económica, pero no como organización nacional, que englobe a toda la Europa capitalista, hasta ahora dividida por tasas y fronteras y desgarrada por la guerra. La unificación estatal de Europa es claramente la condición previa para la autodeterminación de las pequeñas y grandes naciones de Europa. Una existencia cultural nacional despojada de antagonismos económicos nacionales y basada sobre una autodeterminación real sólo es posible bajo el amparo de una Europa unida democráticamente, libre de barreras estatales o aduaneras.

Esta dependencia directa e inmediata de la autodeterminación nacional de los pueblos débiles del régimen colectivo europeo, excluye la posibilidad de que el proletariado plantee cuestiones como la independencia de Polonia o la unificación de todos los serbios al margen de la revolución europea. Pero, por otra parte, esto significa que el derecho a la autodeterminación, como elemento del programa de paz proletario, no tiene un carácter "utópico" sino revolucionario. Esta consideración se dirige en dos sentidos: contra los David y Lindberg alemanes, quienes, desde lo alto de su "realismo" imperialista, denigran el principio de la independencia nacional como romanticismo reaccionario; y contra los simplificadores de nuestro campo revolucionario cuando afirman que no es realizable más que en el socialismo y con ello evitan una respuesta principista a las cuestiones que plantea la guerra.

Entre nuestras condiciones sociales actuales y el socialismo aún queda un largo período de revolución social: es decir, la época de la lucha proletaria abierta por el poder, la conquista y ejercicio de este poder para la total democratización de las relaciones sociales y la transformación sistemática de la sociedad capitalista en sociedad socialista. No será un período de pacificación y calma, al contrario, será una época de intensa lucha de clases, de levantamientos populares, de guerras, de experiencias de extensión del régimen proletario y de reformas socialistas. Esta época exigirá al proletariado una respuesta práctica, es decir, inmediatamente aplicable, a la cuestión de la existencia permanente de las nacionalidades y sus relaciones recíprocas con el Estado y la economía.

Hemos intentado aclarar más arriba que la unión económica y política de Europa es la condición previa indispensable de toda posibilidad de autodeterminación. Igual que la consigna de "independencia nacional" de los serbios, búlgaros, griegos, etc.,se queda en una abstracción vacía si no va acompañada de la consigna suplementaria de "Federación de repúblicas balcánicas"-que juega este papel en la política de la socialdemocracia de los Balcanes-, a escala europea, el principio del "derecho" de los pueblos a disponer de ellos mismos no podrá hacerse efectivo más que en una "Federación de Repúblicas europeas". Y del mismo modo que en la península balcánica la consigna de federación democrática se ha convertido en un eslogan esencialmente proletario, con más razón lo es a nivel europeo, donde los antagonismos capitalistas son incomparablemente más profundos.

Para los políticos burgueses la supresión de las barreras aduaneras entre los diferentes países de Europa es una dificultad insuperable; pero sin esta supresión los tribunales de arbitraje entre los estados y las normas legales internacionales no durarían más que la neutralidad de Bélgica, por ejemplo. La tendencia hacia la unificación del mercado europeo, que, como la lucha por apoderarse de los países atrasados no europeos, está motivada por el desarrollo del capitalismo, se enfrenta a una tenaz oposición de los terratenientes y capitalistas, que tienen en las tarifas aduaneras, junto al aparato militar, un medio indispensable de explotación y enriquecimiento.

La burguesía industrial y financiera húngara se opone a la unificación económica con Austria, pues ésta ha alcanzado un grado de desarrollo capitalista más elevado que aquélla. De igual forma, la burguesía de Austria-Hungría rechaza la idea de unión aduanera con Alemania, mucho más poderosa.

Por otra parte, los propietarios agrícolas alemanes no consentirán jamás voluntariamente que se supriman las tasas sobre el grano. Es más, los intereses económicos de las clases poseedoras de los imperios centrales no pueden reconducirse fácilmente para coincidir con los de los capitalistas y terratenientes franceses, ingleses y rusos. La actual guerra lo demuestra muy elocuentemente. Últimamente, la falta de harmonía y el carácter inconciliable de los intereses capitalistas entre los mismos aliados son aún más flagrantes que entre los Estados de la Europa central. En estas condiciones, una unión económica de Europa incompleta y diseñada de arriba abajo, concluida mediante tratados entre gobiernos capitalistas es, simplemente, una utopía. Las cosas no irían mucho más allá de algunos compromisos parciales y medidas incompletas. Por lo tanto, la unión económica de Europa, que presenta enormes ventajas para productores y consumidores y, en general, para el desarrollo cultural, es la tarea revolucionaria del proletariado europeo en su lucha contra el proteccionismo imperialista y su instrumento, el militarismo.

Los Estados Unidos de Europa, sin monarquía, sin ejércitos permanentes y sin diplomacia secreta, constituyen la parte más importante del programa proletario de paz.

Los ideólogos y políticos del imperialismo alemán recogieron frecuentemente en su programa, sobre todo al principio de la guerra, los Estados Unidos europeos o, por lo menos, centroeuropeos (sin Francia, Inglaterra ni Rusia). El programa para una unificación violenta de Europa es una tendencia tan característica del imperialismo alemán como el desmembramiento forzoso de Alemania lo es del imperialismo francés.

Si los ejércitos alemanes lograran la victoria decisiva en la guerra con la que se cuenta en Alemania, no cabe ninguna duda que el imperialismo alemán realizaría una gigantesca tentativa para imponer una unión aduanera obligatoria a los Estados europeos que implicaría cláusulas preferenciales, compromisos, etc..., reduciendo a su mínima expresión el sentido progresivo de la unificación del mercado europeo. No hace falta añadir que, en tales condiciones, no podría plantearse la autonomía de las naciones así reunidas por la fuerza en una caricatura de Estados Unidos de Europa. Imaginemos por un momento que el militarismo alemán logra realizar esta semi-unión europea por la fuerza, igual que hizo el militarismo prusiano en el pasado cuando logró imponer la unidad de Alemania. ¿Cuál debería ser entonces la consigna central del proletariado europeo? ¿La disolución de la forzada unión europea y el retorno de todos los pueblos al amparo de los Estados nacionales aislados? ¿O el restablecimiento de las tarifas aduaneras, los sistemas monetarios "nacionales", la legislación social "nacional" y todo lo demás? Nada de esto. El programa del movimiento revolucionario europeo sería entonces la destrucción de la forma obligatoria y antidemocrática de la coalición, pero conservando y ampliando sus cimientos con la supresión completa de los aranceles, la unificación de la legislación y, sobre todo, de la legislación laboral, etc... En otras palabras, la consigna de Estados Unidos de Europa "sin monarquía ni ejércitos permanentes" se convertiría en tal caso en la principal consigna unificadora de la revolución europea.

Examinemos ahora la segunda posibilidad, la de una salida "dudosa" del conflicto actual. Al principio de la guerra Liszt, el conocido profesor, ferviente partidario de los "Estados Unidos de Europa", demostró que, incluso en el caso de que los alemanes no vencieran a sus adversarios, la unión europea no dejaría de realizarse, y, según Liszt, de forma mucho más completa que en el caso de una victoria alemana. Dada su creciente necesidad de expansión, los Estados europeos, hostiles entre sí aunque fueran incapaces de luchar unos contra otros, continuarían dificultándose mutuamente su "misión" en el Oriente Próximo, África, Asia, y serían derrotados en todas partes por los Estados Unidos de América y el Japón. En el caso de que la guerra termine sin un vencedor "claro", Liszt piensa que la absoluta necesidad de una entente económica y militar de las potencias europeas prevalecerá sobre los intereses de pueblos débiles y atrasados y, sin duda alguna sobre todo, contra sus propias masas trabajadoras. Ya hemos expuesto más arriba los grandes obstáculos que impiden la realización de este programa.

Pero si estos obstáculos fueran superados, aunque sólo fuera parcialmente, sobrevendría inmediatamente la instauración de un trust imperialista de los Estados europeos, es decir una sociedad de pillaje por acciones. En tal caso, el proletariado no debería luchar por el retorno a un Estado "nacional" autónomo, sino por convertir el trust imperialista en una federación democrática europea.

Sin embargo, cuanto más avanza el conflicto más se pone de manifiesto la absoluta incapacidad del militarismo para resolver los problemas que plantea la guerra y menos posibilidades hay para estos proyectos de unificación europea desde arriba. La cuestión de los "Estados Unidos de Europa" imperialistas ha dejado paso a los proyectos de unión económica entre Austria y Alemania y a la perspectiva de una alianza cuatripartita con sus aranceles y sus impuestos de guerra completados por el militarismo de unos dirigido contra los otros.

Después de lo que acabamos de decir, sería superfluo insistir sobre la enorme importancia que, para la ejecución de estos planes, tendrá la política del proletariado de los dos trust de Estados por su lucha contra los aranceles establecidos y contra las barreras militares y diplomáticas, por la unión económica de Europa.

Y ahora, tras los inicios tan prometedores de la revolución rusa, tenemos buenas razones para esperar que un poderoso movimiento revolucionario se extienda por toda Europa. Está claro que tal movimiento no podría tener éxito, desarrollarse y vencer más que como movimiento general europeo. Aislado entre los límites de sus fronteras nacionales estaría condenado al fracaso. Nuestros social-patriotas nos muestran el peligro que supone el militarismo alemán para la revolución rusa. Indudablemente es un peligro, pero no es el único. Los militarismos inglés, francés, italiano son peligros no menos terribles para la revolución rusa que la máquina de guerra de los Hohenzollern. La esperanza de la revolución rusa estriba en su propagación a toda Europa. Si el movimiento revolucionario se desarrollara en Alemania, el proletariado alemán buscaría y encontraría un eco revolucionario en los países "hostiles" de Occidente, y, si en uno de estos países el proletariado arrancara el poder de manos de la burguesía, se vería obligado, aunque sólo fuera para conservarlo, a ponerlo al servicio del movimiento revolucionario de los otros países. En otras palabras, la instauración de un régimen de dictadura del proletariado estable sólo sería concebible a escala europea, bajo la forma de una Federación democrática europea. La unificación de los Estados de Europa, que no puede ser realizada ni por la fuerza militar ni mediante tratados industriales y diplomáticos, constituirá la principal y más urgente tarea del proletariado revolucionario triunfante.

Los Estados Unidos de Europa son la consigna del período revolucionario en el que hemos entrado. Sea cual sea el giro que tomen las operaciones militares en lo sucesivo, sea cual sea el balance que la diplomacia pueda sacar de la guerra actual, y sea cual sea el ritmo de progresión del movimiento revolucionario en lo inmediato, la consigna de Estados Unidos de Europa seguirá teniendo en todo caso una gran importancia como fórmula política de la lucha por el poder. Mediante este programa se expresa el hecho de que el Estado nacional ha quedado desfasado, como marco para el desarrollo de las fuerzas productivas, como base de la lucha de clases, y por lo tanto como forma estatal de la dictadura proletaria. Nosotros oponemos una alternativa progresiva al conservadurismo que defiende una patria nacional caduca, a saber, la creación de una nueva patria más completa, de la revolución, de la democracia europea, única capaz de ser el punto de partida que necesita el proletariado para propagar la revolución en todo el mundo. Claro que los Estados Unidos de Europa no serán más que uno de los dos ejes de "reorganización mundial" de la industria. Los Estados Unidos de América serán el otro.

Ver las perspectivas de la revolución social en los límites nacionales significa sucumbir al mismo espíritu nacionalista estrecho que configura el contenido del social-patriotismo. Hasta el final de su vida, Vaillant consideraba a Francia como el país predilecto de la revolución social y por ello insistió en su defensa hasta el final. Lutsh y otros, unos hipócritamente, otros sinceramente, creían que la derrota de Alemania significaría ante todo la destrucción de las bases mismas de la revolución social. Últimamente, nuestros Tseretelli y nuestros Chernov, que, en nuestras condiciones nacionales, han repetido la misma triste experiencia que el ministerialismo francés, juran que su política está al servicio de los objetivos de la revolución y, por lo tanto, no tiene nada en común con la política de Guesde y Sembat. De forma general, no hay que olvidar que en el social-patriotismo al lado del más vulgar reformismo hay un reformismo activo, un mesianismo revolucionario nacional que consiste en considerar a la propia nación como el Estado elegido para conducir a la humanidad al "socialismo" o a la "democracia", aunque no sea más que bajo su forma industrial o democrática y orientada hacia las conquistas revolucionarias. Defender la base nacional de la revolución por tales métodos, que perjudican las relaciones internacionales del proletariado, equivale realmente a minar la revolución, que no puede comenzar más que sobre una base nacional, pero que no podría completarse sobre esta base dada la actual interdependencia económica, política y militar de los Estados europeos, jamás tan evidente como en el curso de la actual guerra. La consigna de los Estados Unidos de Europa expresará esta interdependencia que determinará directa e inmediatamente la acción conjunta del proletariado europeo durante la revolución.

El social-patriotismo, que en principio es, si no lo es siempre en los hechos, la aplicación del social-reformismo en su forma más depurada y de su adaptación a la época imperialista, se propone tomar la dirección de la política del proletariado, enmedio de la actual tormenta mundial, y seguir el camino del "mal menor", es decir unirse a uno de los dos bandos. Nosotros rechazamos este método. Sostenemos que la guerra preparada por la evolución anterior ha puesto de manifiesto claramente los problemas fundamentales del desarrollo capitalista actual en su conjunto. Es más, la línea política que debe seguir el proletariado internacional y sus secciones nacionales no debe estar determinada por rasgos políticos nacionales secundarios, ni por las ventajas problemáticas que supondría la preponderancia militar de uno de los bandos (máxime cuando estas ventajas problemáticas deber pagarse por adelantado con la renuncia a toda política proletaria independiente), sino por el antagonismo fundamental que existe entre el proletariado internacional y el régimen capitalista en su conjunto. La unión democrática republicana de Europa, una unión realmente capaz de garantizar el libre desarrollo nacional, solamente es posible mediante la lucha revolucionaria contra el militarismo, el imperialismo, el centralismo dinástico, mediante revueltas en cada país y la convergencia de todas estas sublevaciones en una revolución europea. La revolución europea triunfante, independientemente de su curso en los diferentes países y en ausencia de otras clases revolucionarias, sólo puede transmitir el poder al proletariado. Y de este modo, los Estados Unidos de Europa son la única forma concebible de la dictadura del proletariado europeo.


La quiebra del terrorismo individual

León Trotsky


La quiebra del terrorismo individual

Durante un mes, la atención de todo individuo capaz de leer y reflexionar, en Rusia y en el resto del mundo, se ha concentrado en Azev. Todo el mundo se ha enterado de su "affaire" por los periódicos legales y los informes de los debates que en la Duma se han suscitado por las interpelaciones de los diputados respecto a Azev [1].

hora, Azev ha pasado a un segundo plano. Su nombre aparece cada vez menos en los periódicos. Sin embargo, antes de dejar reposar a Azev en el basurero de la Historia de una vez por todas, creemos necesario resumir las principales lecciones políticas -no precisamente en lo tocante a las maquinaciones políticas del estilo de Azev en sí mismas, sino en lo concerniente al terrorismo en su conjunto- y la actitud que han adoptado respecto a él los principales partidos políticos del país.

El terrorismo individual como método para la revolución política es nuestra contribución "nacional" rusa.

Naturalmente, el asesinato de los "tiranos" es casi tan antiguo como la institución de la misma "tiranía"; y los poetas de todas las épocas han compuesto numerosos himnos en honor del puñal liberador.

Pero el terror sistemático, que asume como tarea la eliminación de sátrapa tras sátrapa, ministro tras ministro, monarca tras monarca, -"Sashka tras Sashka" [2] como en los años 1880 formulaba familiarmente un miembro de Narodnaya Volya (la voluntad del Pueblo) como programa del terror- esta especie de terror que se adapta a la jerarquía burocrática del absolutismo y crea su propia burocracia revolucionaria, es un producto específico del poder creativo de la intelligentsia rusa.

Naturalmente debe haber para ello razones profundas y sería preciso buscarlas primero en la naturaleza de la autocracia rusa, y después en la de la intelligentsia rusa. Antes que haya podido adquirir popularidad la idea misma de destruir al absolutismo por medios mecánicos, es preciso que se vea al Estado como un órgano de coerción puramente externo, sin raíces en la organización social en sí misma. Así es precisamente como concebía el Estado la intelligentsia revolucionaria.

Base histórica del terrorismo ruso

Esta ilusión tiene su propia base histórica. El zarismo tomó forma bajo la presión de los estados de Oeste, más avanzados desde un punto de vista cultural. Para mantener su lugar en la competición debía desangrar a las masas populares, y con esto no hacía más que segar la hierba bajo los pies de las clases privilegiadas, económicamente hablando. Por ello éstas no fueron capaces de elevarse al nivel político que habían alcanzado sus homólogas occidentales.

A ello, en el siglo XIX, se juntó la poderosa presión de la Bolsa europea. Cuanto más elevadas eran las sumas que prestaba al régimen zarista, más independiente se hacía el zarismo de las relaciones económicas internas del país.

Mediante los capitales europeos, el zarismo se armó con una tecnología militar europea, y se convirtió así en una organización "independiente" (en un sentido relativo, claro) que se erigía por encima de todas las clases de la sociedad. Tal situación podía generar de forma natural la idea de hacer saltar con la dinamita esta superestructura venida del exterior.

La intelligentsia se desarrolló bajo la presión directa e inmediata del Oeste. Como su enemigo, el Estado, ambos se adelantaron mucho al nivel de desarrollo económico del país: el Estado, tecnológicamente, y la intelligentsia, ideológicamente.

En las más antiguas sociedades burguesas de Europa, las ideas revolucionarias se desarrollaron más o menos paralelamente al desarrollo de las grandes fuerzas productivas. En Rusia, empero, los miembros de la intelligentsia accedían a ideas políticas y culturales completamente elaboradas en el Oeste y su pensamiento fue revolucionario antes de que el desarrollo económico del país hubiera generado clases revolucionarias serias en las que hubieran encontrado apoyo.


Superados por la historia

En estas condiciones, a la intelligentsia revolucionaria no le quedaba más que multiplicar su entusiasmo revolucionario mediante la fuerza explosiva de la nitroglicerina. Así nació el terrorismo clásico de Narodnaya Volya. El terror de los socialistas revolucionarios, generalmente hablando, fue un producto de estos mismos factores históricos: el despotismo "independiente" del Estado ruso por una parte, y la intelligentsia revolucionaria rusa de otra. Pero los últimos dos decenios no han pasado en balde y cuando aparecieron los terroristas de la "segunda ola" lo hicieron como epígonos, con la etiqueta de "superados por la historia".

La época del Sturm und Drang (tempestad y tensión) capitalistas de los años 1880 y 1890 produjo y consolidó un amplio proletariado industrial, influenciando seriamente en el aislamiento económico del campo y ligándolo más íntimamente a la fábrica y la ciudad.

Tras Narodnaya Volya no había realmente clase revolucionaria alguna. Los socialistas revolucionarios simplemente no querían ver al proletariado; o al menos eran incapaces de apreciar su plena significación histórica.

Naturalmente, es fácil reunir una docena de citas entre la literatura socialista-revolucionaria donde se afirma que sus miembros no sustituyen la lucha de masas por el terror sino que los complementan. Claro que estas citas apenas son testimonio de la batalla que hubieron de librar los ideólogos del terror contra los marxistas -los teóricos de la lucha de masas.

Pero esto no modifica los hechos. Por su misma esencia, la actividad terrorista exige tal concentración de energía para el "gran momento", tal sobrestimación del sentido del heroísmo individual y tal "hermetismo conspirativo", que si no lógicamente al menos psicológicamente, excluye totalmente el trabajo de agitación y organización entre las masas.

Para los terroristas, en todo el dominio de la política sólo existen dos puntos esenciales: el gobierno y la Organización de Combate. "El gobierno está dispuesto a tolerar temporalmente la existencia de las otras corrientes", escribía Gershuni (uno de los fundadores de la Organización de Combate de los S.R.) cuando sobre él pendía la amenaza de una sentencia de muerte, "pero ha decidido concentrar todos sus golpes para aplastar al partido socialista-revolucionario".

"Espero sinceramente", escribía Kolayev (otro terrorista S.R.) en una situación similar, "que nuestra generación, liderada por la Organización de combate, destruirá la autocracia".

Todo lo que escapa al ámbito del terror no es más que un refuerzo para la lucha; todo lo más un medio auxiliar. En medio de los cegadores relámpagos de las bombas que explotan, desaparecen sin dejar huella los contornos de los partidos políticos y las fronteras que dividen la lucha de clases.

Por eso comprendemos la actitud del mayor de los románticos y más experimentado de los nuevos terroristas, Gershuni, que pedía insistentemente a sus camaradas "evitar la ruptura no sólo con las filas de los revolucionarios, sino incluso con los partidos de oposición en general".


La lógica del terrorismo

"No suplantar a las masas, sino junto a ellas, unidos". Sin embargo, el terrorismo es una forma de lucha demasiado "absoluta" para contentarse con un papel limitado y subalterno en el partido.

Engendrado por la ausencia de una clase revolucionaria, regenerado posteriormente por la falta de confianza en las masas revolucionarias, el terrorismo no puede sostenerse más que explotando la debilidad y desorganización de las masas, minimizando sus conquistas y exagerando sus derrotas.

"Estiman que es imposible, dada la naturaleza del armamento moderno, que las masas populares utilicen horcas y palos -las armas tradicionales del pueblo- para destruir las actuales bastillas", decía sobre los terroristas el abogado defensor Zhdanov durante el proceso de Kalyaev.

"Tras el 9 de enero [3], vieron muy bien cuáles eran las implicaciones; y replicaron a la ametralladora y al fusil repetidor mediante el revólver y la bomba; estas son las barricadas del siglo veinte".

Los revólveres de los héroes individuales en lugar de los palos y las horcas; bombas en lugar de barricadas, esa es la fórmula real del terrorismo.

Y sea cual sea el papel subalterno al que relegan el terror los teóricos "sintéticos" del partido, ocupa siempre, de hecho, un lugar privilegiado. Y la Organización de Combate, que la jerarquía oficial del partido coloca por debajo del Comité Central, demuestra inevitablemente que en realidad está por encima de él, por encima del partido y de toda su actividad -hasta que el destino cruel la coloca al servicio de la policía.

Esta es precisamente la razón por la que el hundimiento de la Organización de Combate, producto de una conspiración policial, significa al mismo tiempo el ineluctable naufragio político del partido.


Notas

[1] Azev, E.F. (1869-1918), jefe de la organización de combate terrorista del partido S.R y agente la la Okhrana (policía secreta zarista), desenmascarado en 1908 tras haber hecho fracasar numerosos atentados y perpetrar otros para asegurar su credibilidad entre sus compañeros.

[2] Un diminutivo ruso de Alejandro que hace referencia a los dos zares, Alejandro II y III.

[3] Se trata de la masacre del "domingo sangriento", el 9 de enero de 1905, que marcó el inicio de la revolución.